“Tenés que mirar lo positivo; “no seas tan negativo”; “vamos, ¡reíte un poco!... hay gente que está mucho peor y sigue sonriendo”… "Si yo puedo, tú puedes”…
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Durante varias décadas, tanto los textos como los medios de comunicación han destacado el valor del pensamiento positivo, respaldado por numerosos autores que sostienen que existe evidencia que demuestra cómo este enfoque contribuye a mejorar la salud mental. Transformar nuestros pensamientos negativos en positivos parecería ser la idea fundamental de muchos de los best sellers más vendidos, de las charlas o de los gurúes de la motivación.
Existe la suposición en nuestra sociedad de que las emociones displacenteras son malas o negativas. Se nos invita a huir del dolor o de la tristeza, en lugar de enseñarnos a gestionarlas. “No estar agradecidos por nuestras circunstancias y no ser capaces de ver el lado positivo de las cosas es un pecado y un crimen”, sostiene Susan David, psicóloga de la Facultad de Medicina de Harvard y autora del libro “Emotional Agility” (“Agilidad emocional”) en el que explica que, tras un estudio que se realizó a más de 70.000 encuestados, se concluyó que más de 1/3 de ellos se juzgaba a sí mismo cuando experimentaba emociones displacenteras.
¿Es sólo una cuestión de actitud?
Hace unos años Martín Seligman popularizó el término “psicología positiva” y sostuvo que la psicología necesitaba dar un nuevo paso para estudiar lo que le hacía feliz al ser humano. En su libro The Optimistic Child (1995), explicó que "aprendemos a ser pesimistas" por circunstancias de la vida, pero que podemos cambiar ese pesimismo y transformar nuestros pensamientos negativos en otros más positivos.
Parecería que el concepto de la “psicología positiva” se ha tergiversado a lo largo del tiempo. Muchas personas lo han promovido con las mejores intenciones teniendo en cuenta los beneficios que tiene para la salud mental. Pero esta tergiversación nos hace creer que ser feliz siempre es una elección, y por lo tanto parece que ser infeliz, también lo fuera. Ambas posibilidades son irreales, porque nadie es feliz (o infeliz) independientemente de todo el resto de las cosas. El contexto y las circunstancias personales tienen un enorme impacto en cómo nos sentimos y pensamos. Ser feliz todo el tiempo, o creer que todo lo puedo no solo es irreal, sino que puede ser nocivo.
Las emociones desempeñan un rol crucial en nuestra vida. Nos ayudan a identificar la forma en que debemos reaccionar ante estímulos, fortalecen nuestra memoria, afectan nuestro nivel de alerta y nos impulsan a tomar acciones que atraigan la atención y la comprensión social hacia nuestro estado emocional. Reconocer y ser conscientes de nuestras emociones, en lugar de negarlas, y gestionarlas de manera adecuada, son factores clave para nuestro crecimiento personal y para superar los desafíos que se nos presentan.
En definitiva, si bien la actitud es sumamente importante para enfrentar diversas situaciones de la vida, intentar borrar todo vestigio de emociones displacenteras no es sano, y puede dar lugar a lo que se conoce como POSITIVIDAD TÓXICA.
¿Qué es la POSITIVIDAD TÓXICA?
Las psicólogas estadounidenses Samara Quintero y Jamie Long definen la positividad tóxica como “la sobregeneralización excesiva e ineficaz de un estado feliz y optimista en todas las situaciones". Sostienen que ser siempre positivos se vuelve negativo cuando esta actitud se usa para reprimir emociones como el resentimiento, tristeza o enojo. Cuando se niegan las emociones displacenteras, estas se pueden hacer más grandes y convertirse en un círculo donde van creciendo y acumulándose, ya que no son procesadas, hasta que la situación se vuelve insostenible.
Una actitud positiva constante puede ayudar a mantener a las personas motivadas. Sin embargo, es importante entender que la positividad por sí sola no es suficiente para resolver los desafíos que enfrentamos. El mensaje de "tener que ser positivo para lograr el éxito en la vida" puede ser válido hasta cierto punto, pero también puede generar una gran presión en algunas personas.
¿Por qué es nociva la positividad tóxica?
La positividad tóxica “tapa” o suprime otras emociones. Negar sentimientos u ocultarlos puede producir estrés, así como impedir que alguien desarrolle herramientas para gestionar sus emociones o pensamientos angustiantes. Según Teresa Gutiérrez (psicopedagoga española y experta en neuropsicología) el positivismo tóxico trae consigo consecuencias psicológicas y psiquiátricas más graves que una depresión ya que “se desvirtualiza el mundo emocional y puede llevar a la persona vivir una vida irreal que daña su salud mental”.
“Si estás enojado, y los sentimientos de enojo no son reconocidos, estos se entierran profundamente en nuestro cuerpo. Las emociones reprimidas pueden manifestarse más tarde en ansiedad, depresión o incluso enfermedades físicas”, sostienen Quintero y Long.
Compartir la vida, el trabajo, o lo que fuera con alguien que parece ser 100% positivo siempre, puede hacer que el otro intente esforzarse por ser positivo y generar vergüenza cuando no lo consigue, según las autoras. La vergüenza es un paralizante ya que es de los sentimientos más incómodos. Además, puede hacer que otras personas lo sientan como una carga y tengan que fingir que todo está bien en lugar de ser honestas.
También puede llevar al aislamiento, mencionan. “¿Alguna vez has estado cerca de una persona dulce, linda, que «solo piensa en pensamientos felices»? ¿Qué tan cómodo te sientes al hablar sobre las emociones profundas que sientes? Esta conducta puede destruir la comunicación y la capacidad de resolver problemas en las relaciones. Aunque esa persona podría tener las mejores intenciones del mundo, el mensaje que está enviando sin darse cuenta es: “solo se permiten buenos sentimientos en mi presencia”.
Por otro lado, algunas investigaciones sostienen que la Positividad Tóxica aumenta el riesgo de evasión del daño real. Un estudio sobre violencia doméstica del año 2020 (“Can positivity be counterproductive when suffering domestic abuse?: A narrative review”. https://repository.uel.ac.uk/item/8842y) encontró que un sesgo positivo tóxico podría hacer que las personas que experimentan abuso subestimen su gravedad y permanezcan en relaciones abusivas. El optimismo, la esperanza y el perdón aumentaron el riesgo de que las personas se queden con sus abusadores y sean objeto de un abuso cada vez mayor.
Las emociones no se pueden evitar y claramente ninguna emoción es mala (por eso autores como Estanislao Bachrach hablan de emociones displacenteras, no malas o negativas). Todas las emociones cumplen un papel adaptativo. Por ello deben ser entendidas como señales internas que dirigen nuestra supervivencia, nos permiten responder frente a amenazas, entre otras cosas.
¿Cómo evitar la positividad tóxica?
Para empezar, es necesario aceptar a las emociones como información o como una guía, y dejar de pensar que son malas o negativas, ya que eso trae aparejado automáticamente un rechazo.
Identificando las emociones podemos gestionarlas, en vez de evitarlas, comprendiendo que no está mal sentirse triste o desbordado en algunos momentos de la vida.
Para entender el concepto de positivismo tóxico, es importante desarrollar la habilidad de escuchar activamente los problemas de los demás, en lugar de minimizarlos o desestimarlos con frases como "esto que te pasa no es nada" o "hay cosas peores". Al aprender a escuchar de manera comprensiva, estaremos mejor preparados para brindar apoyo genuino en lugar de trivializar la situación con frases vacías que no tienen significado para la otra persona.
The National Education Association (2021) señala algunas formas de prevenir la positividad tóxica. Entre ellas, menciona el emplear un enfoque híbrido que combina el pensamiento positivo con el “realismo”. Intentar objetivar la situación, logrando un equilibrio entre lo real y lo que se puede lograr.
La gestión de las conversaciones también es de gran ayuda para estas situaciones. Identificar y nombrar emociones tanto placenteras como displacenteras, en lugar de evitarlas, hablar con personas de confianza sobre ellas, reconocer las emociones displacenteras como algo normal e importante de la experiencia humana y buscar en caso necesario el apoyo de un profesional en salud mental.
Otra forma es cambiar el lenguaje, es decir validar y aceptar (en lugar de evadir) los sentimientos de alguien con frases generales. Un ejemplo es: "simplemente sé positivo" por "sé que es difícil en este momento y que las cosas pueden salir mal fácilmente, o, "podría ser mucho peor" e intentar por “esto es realmente triste, puedo entender lo que estás sintiendo ahora mismo”.
En esta línea, la Psicóloga española Marta Morán Jusdado presenta el siguiente cuadro acerca de cómo cambiar las conversaciones para no caer en la positividad tóxica (https://www.medeamind.com/blog/positivismo-toxico-como-nos-afecta).
(texto copiado del original, con adaptación mínima)
Las emociones displacenteras forman parte de la vida, no podemos ni debemos intentar reprimirlas. Esto no hará que desaparezcan, solo empeorará la situación. Aunque está claro que enfrentarse a estas situaciones no es fácil, una mejor gestión de las emociones ayuda mucho más que un positivismo contra viento y marea, que obtura emociones, no las deja salir, y puede ser profundamente más tóxico de lo que muchas veces pensamos.
Las redes sociales y otros canales de comunicación han inundado la idea de que con pensamientos positivos todo es posible, que si querés, podés, o que todo es cuestión de actitud. La salud mental se ha popularizado de tal manera, que muchas veces se simplifica con soluciones que mucho se parecen al pensamiento mágico. El positivismo no es la panacea para todos los retos de la vida; cuando se utiliza para encubrir o silenciar la experiencia personal, se puede volver nocivo.
Fuentes Consultadas