Hace cuarenta y dos años, el 2 de abril de 1982, las fuerzas armadas argentinas iniciaban el desembarco de tropas en las Islas Malvinas.
Muchos de los que vivimos a la distancia esta situación recordamos algunas de las imágenes y de los sonidos de esos tiempos. Un horror, como toda guerra, pero un horror que nos resonaba muy cerca. Y más allá de la crueldad de la guerra, las Malvinas fueron crueles con quienes pelearon en ella. Sin el entrenamiento ni el armamento adecuado, sin la contención necesaria y sin el reconocimiento esperado, las tropas argentinas en Malvinas volvieron derrotadas, en la más oscura de las miserias.
Uno de los integrantes de esas tropas fue Esteban Pino, veterano que combatió con el Ejército argentino como parte de su servicio militar obligatorio. El trabajo, y años después la vida, me cruzaron con Esteban en Uruguay, donde vive hace más de 25 años. Si bien sabía que Pino (como me gusta llamarlo) era veterano de Malvinas y que alguna vez había editado un libro con esa historia ("Contar Malvinas"), prácticamente nunca hablamos del tema hasta noviembre del año pasado. Ese día recibí una invitación a la conferencia “Entre la guerra y la Montaña” (Teatro Movie, 14 de noviembre), que daría Esteban junto con Gustavo Zerbino (sobreviviente de los Andes) y Vanessa Estol (primera mujer Uruguaya en escalar el Everest)). Fue la primera vez que escuché a Pino hablar del tema.
Lo que sigue es un raconto de lo que vivió Pino durante la guerra, y cómo logró convertir ese dolor y ese sufrimiento en lo que él mismo llama “algo sanador”.
Oriundo de Buenos Aires, le tocó hacer “la colimba” a los 18 años, cuando entró como soldado, recibiendo la baja a fines de ese año. A los 19, en 1982, estaba a semanas de empezar la universidad, cuando en la noche del 2 de abril, viendo las noticias en la TV junto a su familia, por primera vez pensó en que podía ser convocado nuevamente al cuartel.
Horas después, estaba sin poder creer lo que estaba viviendo, pensando “qué carajo hago yo acá”. Según su propio relato, estaban en el cuartel porque se habían recuperado las Malvinas, pero nunca pensaron que iban a una guerra. "Y ahí estaba yo, vestido de verde, preparado para ir hacia algún lado que terminó siendo la paliza. De estar un viernes santo en la chacra que tenían mis viejos, el domingo a la noche estaba desembarcando en las Malvinas. En la velocidad vertiginosa de todo lo que pasó en muy pocas horas, mis viejos me dijeron “te vemos el domingo en el regimiento”. Cuando me fueron a visitar, yo ya estaba en Malvinas".
Esteban combatió en Monte Williams, a 8 kilómetros de Puerto Argentino y estuvo 74 días en las Malvinas. “De todas las cosas que viví en la guerra, desde el miedo, el hambre, el frío, la sed, creo que la más difícil fue la incertidumbre. No sabés si va a durar dos meses o años, si vas a seguir vivo o te vas a morir”.
Aún hoy recuerda el desembarco casi con exactitud. “Adentro del avión hacía mucho calor por la cantidad de soldados y cuando se abre la compuerta, entra un viento, un frio tremendo, un golpe infernal. Oscuridad, ruido de helicópteros y órdenes a los gritos, sin ver nada, bajamos con un bolso que pesaba cerca de 20 kilos. A la mañana siguiente vimos que estábamos en lo que era el aeropuerto, totalmente agujereado por las balas y sin techo. Dormíamos apilados para darnos calor mutuamente; éramos unos 200 soldados tirados en el piso".
El 25 de abril se enteran por radio que las tropas inglesas llegaban al sur.
"En una de las tantas guardias nocturnas, estaba muy oscuro y hacía muchísimo frio. “Cabral, me faltan unos minutos para terminar la guardia, me meto en la carpa porque no aguanto más el frio”, le digo a mi compañero. Me saco los borceguíes, el correaje, me suelto el cinturón y me meto en la carpa. A los minutos, siento algo que nunca en mi vida volví a escuchar y sí a soñar. Un estruendo impresionante. Y a los segundos, otro. Desconcertado, empiezo a acomodarme el correaje, abro la carpa y escucho: “soldado Pino, soldado Pino, el parte”. Yo tenía que dar información de lo que estaba pasando y no tenía la menor idea. Cuando salgo veo que para el lado de Puerto Argentino (Puerto Stanley), había unas llamaradas terribles, sonido de disparos, impresionante. Eso fue a las cinco de la mañana del 1° de mayo, el primer día de guerra sobre las islas. Ahí todos fuimos a las trincheras que medían 30 centímetros de profundidad y en cuestión de minutos ya median un metro. A medida que amanecía y pasaban las horas, veíamos los barcos ingleses acercarse, las bombas que nos tiraban".
Desde ahí, los días fueron llegando de forma similar, pero cada vez pasaban más hambre. Lo que al principio era una comida asegurada dos veces al día, pasó a ser raciones de combate que dejaban para que rindieran varios días y “algún día llegaban con comida caliente, pero cada vez menos consistente”
El frio fue otro enemigo. Hay temperaturas de entre cinco y diez grados bajo cero en las islas, cosa que empeora con el viento y la lluvia, día a día. Como ya no vivían en carpas, sino en los pozos, cuando llovía la única forma de secarse era con la propia temperatura corporal, porque no era posible ni bañarse ni nada similar.
"Yo viví con la misma ropa, todos los días. Viví mojado y estuve esos 74 días sin bañarme. Pasé frio, pasé mucha hambre. Bajé 14 kilos en esos 74 días, y no soy el que más bajó. Cuando teníamos sed la única forma de saciarla era ponernos en cuatro patas, como un perro, y tomar de los charcos. Esa agua estaba helada, pero nadie nos podía prohibir tomar eso. Lo que hacíamos era cuidar que nuestros charquitos estuvieran bien cuidados, que nadie nos hiciera pis cerca".
Los chicos de la guerra
"Cuando perdés la guerra es una cosa espantosa. Cuando entregas el armamento y te hacen entregar el casco, las balas, hasta el cinturón y los cordones de los borceguíes para que no te ahorques ni mates a uno de ellos, no te lo olvidás más".
Se enteraron de la rendición en Puerto Argentino 2 horas después de que les ordenaran replegarse. "Desde nuestro lugar veíamos cómo llegaban los gurkhas. Fuimos “arriados” por una cuadrilla de helicópteros ingleses hacia Puerto Argentino. Al poco tiempo de llegar, en medio de un gran desconcierto, nos ordenan que vayamos a un galpón, porque se estaba hablando de una posible negociación para terminar la guerra. El impacto fue enorme: ”Todo esto que viví no tuvo el menor sentido. El sufrimiento, todo por lo que pasé, se acaba de golpe. Y recién ahí me dí cuenta que tenía la posibilidad de volver a casa”
Pero una de las cosas que más le impactó, fue lo que los argentinos dieron en llamar “la desmalvinización”: “ocultemos esto, de esto no se habla. Ahí se empezó a hablar de los “chicos que fueron mal equipados, de los pobrecitos”
"Cuando volvimos nos hicieron sentir el dolor de la derrota. Primero, nuestros jefes militares que nos trajeron desde la base aérea donde aterrizamos hasta los distintos cuarteles. Nos metieron en bondis con los vidrios con papel de diario para que no pudiéramos ver para afuera, y para que no pudieran vernos. Nos llevaron de noche y escondidos. En los cuarteles nos tuvieron cerca de una semana. Nos dieron ropa nueva, estábamos todos impecables. Nos mandaban a bañar a cada rato, para que quedáramos más o menos prolijos y no oliéramos como olíamos. Nos daban de comer. Nos querían engordar rápido, como si estuvieran engordando a un pavo y nos hicieron firmar un montón de documentos, de que no se podía hablar porque era traición a la patria, secreto de Estado, confidencial. Nos amedrentaban y al mismo tiempo nos decían que insertarnos en la sociedad iba a ser difícil, no para nosotros, sino para los otros, que no iban a entender lo que habíamos vivido, que no teníamos que contar nada. Con esa cabecita nos soltaron a la semana, a ver a nuestras familias un par de días, para volver a los cuarteles unos días después", rememora.
El camino de regreso. La resiliencia
Por casi 20 años no habló con nadie de este tema. Ni con sus padres, ni con sus hermanos, ni con sus amigos. Hasta que llegó la idea de escribir el llibro. “Creo que con Germán (Estrada, co autor del libro) teníamos el temor de empezar a hablar de esto y no poder contenernos”, comenta.
Pino volvió a Malvinas por primera vez 25 años después, a correr una Maratón junto con Estrada y dos de sus hijos. Encontró "su" pozo, su trinchera y se sentó allí con ellos.
Escribir el libro fue muy importante para él y la idea era poder ayudar a otros a hablar. A otros ex combatientes, a otra gente que estuviera viviendo problemas e incluso a personas que no hayan pasado por una situación tan límite. Ayudar a otros a sacar las emociones. “Hablar de lo que pasó es uno de los caminos posibles, y el que intento recomendar”.
Sin embargo, Pino sostienen que cuando empezó a contarlo lo hizo desde el resentimiento. Primero contra los ingleses, después contra los militares, contra la dictadura. “Y después me dí cuenta que yo estaba enojado con la sociedad argentina. Y un día mi esposa me dijo “tenés que cambiar eso. Tenés que darle un sentido al haber estado en la guerra. Pero darle un sentido positivo. Tratar de ayudar a otros, y no desde la bronca, para que te vean como “mirá pobrecito, qué mal los trataron”.
Cuando le escribí a Pino para contarle lo que había sentido al escucharlo en la charla del Movie, y en los sucesivos encuentros que tuvimos para seguir conversando, me dijo, entre muchas otras cosas “Cuando hablo, intento transmitir algo que a mí me hace bien, aunque no sé si llega a sanar a otros. (...) Ojalá no tuviéramos que pasar por situaciones súper duras para entender que la vida pasa por otros lados, pero somos así, ¿no? A veces no aprendemos hasta que no nos pegamos bien fuerte. Y ante eso, podés victimizarte o hacer de la experiencia algo que te haga crecer, que pueda servir para sanarte y salir fortalecido."
En una frase que se le atribuye a Buda, se sostiene que "el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional". Aceptar el dolor, procesar el duelo, resignificar y hablar, puede hacer la diferencia.
Y recordá que si estás pasando por un momento complejo, está bien pedir ayuda, y que hay profesionales especializados para apoyarte.
Fuentes consultadas: